Regreso al futuro

Desde hace tiempo me dí cuenta de una cosa: mi mano había adquirido un apéndice llamado móvil que en cierto modo me convertía en Robocop. Nunca pensé que fuese para tanto (yo, aficionada a perder teléfonos como deporte olímpico). Pero desde que hace dos años puse internet la vida cambio. Y como otra geek más, no podía pasar un viaje en metro sin chequear mi Facebook, poner un tweet… o símplemente embobarme ante cualquiera de las dos. El caso es que como siempre, llegó el comienzo del verano. Y con ello, la vuelta a la desconexión.

La playa se ha convertido en el único reducto de la civilización donde no usas el móvil (porque se llena de arena), no te puedes llevar el portátil (por lo mismo) y olvídate de iPads (exactamente por la misma razón). Sí, venga, todas hemos sido muy avispadas y en alguna ocasión nos hemos creído más listas que nada llevando una fundita de plástico tipo H&M o similar en la que meter el móvil correspondiente o iPod pero seamos sinceros. Siempre algún granito de arena se acaba colando. Lo sabemos todos.

Estando en mi estado de asueto (y tirada, cómo no) en mi toalla me puse a fijarme en todos los detalles que hacen que la playa se convierta en algo diferente y especial. Al estar aislados de tecnologías tiramos del mítico libro playero y cómo no de una que otra revista (que acaba como un higo de toquetearla entre el agua y, otra vez, la arena). De hecho, yo creo que los fabricantes del Quiz de pasatiempos hacen su agosto (y nunca mejor dicho) en la temporada de verano. Las hojas de papel reciclado siempre aguantaron mejor este ajetreo.

Siguiendo en la tónica de aislamiento del mundo, en la que los veintemil artilugios que llevas encima no valen para nada, cada día que pasa de las vacaciones, acabas bajando un poco más en bolas. Quiero decir, el primero preparas tu bikini nuevo (ay qué bonito), con tus shorts o tu pareo, tu camiseta, unas chanclas, un pañuelo o un sombrero para el sol, las gafas, tu capazo y cómo no tu toalla. Según van pasando los días, empiezas a reducir. ¿La camiseta para qué? Fuera. Las chanclas, como las pille. Gafas fuera que se rayan y me costaron mucho. Y el sombrero, venga sí. Total que el último día acabas con el bikini, la toalla al hombro, las chanclas… y la crema ya echada pero por si acaso en la mano. Y no me bajo en topless porque está mal visto. El Homo Sapiens vuelve a su estado natural como Homo Playerus.

Como las horas entre agua y arena son durísimas (uf, de lo más cansado del año), decides realizar algo de ejercicio para no quedarte más blandita que un flan y recurres o a las míticas palas (que probablemente nunca hubieses practicado tenis o padel en tu ciudad pero allí… ohhh es toda una institución), o al paseito por la orilla (que mira que te molesta una china en el zapato pero pisar las millones de piedrecitas playeras… eso es terapéutico, así que ni quejarse) o al voley o similar para rememorar tus tiempos de colegio o instituto en los que eras más mala que un dolor con la pelota pero bueno, ahora nadie lo sabe.

La señora, que durante el año no enseña un tobillo, se reboza por la arena con su bikini moderno de la 46, las chicas fashion que se pasaban la vida luchando por no tener marca del sol ahora van en bañador y las madres que riñen a sus niños por tocarse la cola, se ríen cuando se hacen pis en la playa (ay qué mono, Pedro, échale una foto al niño). Es el mundo del revés.

Recién llegada a Madrid (y a 2011) he de decir que es bueno comenzar las vacaciones con un viaje, ya que a la vuelta aún te queda el resto del verano. Y te das cuenta de cómo las vacaciones al igual que son más valoradas cuando trabajas, la desconexión tecnológica es necesaria después de todo el año enganchada a la red.

Es bueno tener unos días como hace 15 años 🙂

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